diumenge, 18 de gener del 2015

El funeral que siempre soñé

Hace casi una semana, un tipo al que admiro por su forma de ser, el gran Alberto Sanz me pasó su último post, titulado "La banda sonora de mi funeral". Quería compartirlo con vosotros porque me parece un artículo brillante de una persona no menos brillante que su creación. Leedlo insensatos. 

Habiéndolo leído os diré que coincido con él en la extraña peculiaridad de que pensé hace años cómo debería ser mi funeral. Sin llegar al nivel de detalle del amigo Albert, sí planeé como él montar una fiesta, en la que la gente se olvidara de que yo ya no estaba allí. Obviamente no podría celebrarse el día del entierro, ni en lugar de él, sino una o varias semanas más tarde, con las aguas calmadas y con el ánimo suficiente como para que mis seres queridos estuvieran en ánimos de beber, bailar, beber, sonreír, beber, pasarlo bien, beber o, simplemente, cogerse una buena cogorza a mi (ya por entonces inexistente) salud. 

Mi viuda, una mujer gato del planeta Briggia, haría un emotivo y breve discurso, recordaría alguna de mis manías para hacer sonreír a los presentes e invitaría a los mismos a olvidar las penas por unas horas. Tocaría una banda canciones de Queen y David Bowie, además de una selección del mejor indie pop británico entre los 90 y 2040 y un popurrí de los mejores temas de los 70 y los 80. Lo cierto es que la música no debería ser lo importante, sino que mis familiares y amigos lo pasasen bien en una prestigiosa sala de fiestas de un caro hotel y con barra libre para todos. Strippers para ellos y boys para ellas (o viceversa), cerrarían una noche épica que acabaría en lujuria y en concepciones de nuevos seres, cerrando el maravilloso ciclo que la vida y el eterno retorno de Nietzsche han planeado para nosotros, los minúsculos seres humanos. ¿No sería maravilloso?

Aunque a la hora de la verdad... puede ser que al final sólo fuese una octava parte de la gente invitada y que a la hora y media sólo quedasen cuatro o cinco personas en una sala oscura y algo triste, tomando una copa y escuchando a un DJ de tercera regional pinchando Georgie Dann, la Macarena o "Soy una rumbera" de Melody. Y alentando a la peña con el micro, en plan animador. Un travestí viejuno y andrajoso, arrugado y resacoso, apenas una mala copia de Carmen de Mairena, cantaría los peores éxitos de Isabel Pantoja posteriores a su encarcelación y las más aburridas rancheras de Bertín Osborne. 

El mundo no será tan maravilloso como yo había planeado, pero poco importará, porque para entonces yo seré cenizas en el viento...